Columna publicada originalmente en el periódico Prensa Libre.
En las recientes celebraciones de fin de año, con un poco más de tiempo libre me dedique a observar un hecho: el intenso uso de miembros de la generación Z al Smartphone.
Es cierto, los millennials estamos enganchados con la tecnología, sin embargo, de acuerdo con lo que creemos “no tanto como las nuevas generaciones”.
Resulta que este comportamiento viene directamente relacionado con algunas aplicaciones.
“Tiktok es solo una perdida de tiempo”, “es adictivo”, “es peligroso y encima viene de China”. Conversando con colegas y contemporáneos percibí un sentido de critica hacia esta Red Social.
Me di cuenta de que estaba pasando justo lo que ocurrió hace quince años cuando ingresaron las primeras grandes Redes Sociales al país.
En aquella época, lo digital consistía en tener un equipo en casa o la oficina (sin internet) y donde los documentos en Word no se guardaban de manera automática ¿quien no perdió documentos o presentaciones gracias a algún corte de energía eléctrica? Después de un par de experiencias traumáticas (sobre todo con trabajos universitarios nocturnos) descubrí un dispositivo llamado UPS.
Eran los tiempos donde tener una memoria USB de 16 “megas” era motivo de orgullo y en donde las marcas se consideraban “tecnológicas” con el simple hecho de tener un sitio web.
Recuerdo que en uno de mis primeros trabajos (una agencia de comunicación) prohibieron el acceso a las Redes Sociales. Era común que estos espacios se considerarán una perdida de tiempo (incluso en las empresas “tecnológicas”).
Tan solo pasaron tres o cuatro años para que alguna marca se diera cuenta que podían funcionar como plataformas de difusión de ideas, contenidos, productos y servicios.
Un par de empresas se percataron que el consumidor, más que estar matando el tiempo, simplemente era alguien que le resultaba más fácil informarse a través de estas plataformas.
En esa época eran tan pocas las marcas que hacían esfuerzos en digital que las primeras en tener una “Fanpage” ganaban seguidores por default. No se necesitaba invertir en publicidad ni en contenidos de gran calidad.
Alguien se dio cuenta que el verdadero valor de estas plataformas consistía en escuchar al consumidor, entender su comportamiento e intereses. Esto era tan revolucionario, que mentes maquiavélicas -aprovechando agujeros de seguridad- desarrollaron sistemas como el de Cambridge Analítica.
Era la época donde conectarse a Internet vía Wifi era un lujo que solo se daba en pocos restaurantes. Para la mayoría se tenía Internet en el trabajo o en el “cyber café”.
Sin embargo, curiosamente y más pronto de lo que hubiéramos imaginado los años pasaron y hoy estamos de nuevo en un dilema de virtudes planteado en relación con las Redes Sociales.
Cuando los milennials adoptamos plataformas como Hi5, Facebook y Twitter recibimos criticas y comentarios de los miembros de la generación X (nacidos entre 1965 y 1979).
Hoy parece que se da un efecto déjá vu a gran escala. Somos los milennials los que tomamos el papel de críticos.
Lo cierto es que en Tiktok las cosas no son diferentes a lo que vimos en Facebook o Twitter al inicio. Los que hemos cambiado somos nosotros.