Columna publicada originalmente en Forbes.
Todo empezó a mediados de julio del 2019, justo cuando acababan de darse las elecciones presidenciales de Guatemala en primera vuelta. Había mucha especulación en el ambiente por los dos candidatos que continuaban en la contienda: Sandra Torres y Alejandro Giammattei.
En ese momento la ciudadanía necesitaba claridad en la información. Así que, en la mente retorcida de algún comunicador del mal, era justo el momento para difundir fake news y generar cortinas de humo.
Recuerdo que en algún momento -en un grupo de WhatsApp del que formo parte- recibimos un informe en PDF con resultados de un reciente monitoreo de intención de voto.
El informe me parecía de lo más formal y creíble, aún así, antes de compartirlo busqué en el sitio web de la empresa y en sus redes si había algún comunicado al respecto de dichos resultados. No había ninguna publicación que indicara algo sospechoso.
Derivado de lo anterior, consideré que parecía evidenciar que la información era real así que procedí a compartirlo a varios amigos, creyendo que cumplía mi labor civil de difundir información para entender el proceso electoral de segunda vuelta.
Lo anterior fue un error. Al día siguiente después de que había compartido la información, la firma investigadora publicaba en sus redes sociales que “en Guatemala circulaba un informe falso que simulaba ser de la empresa”.
Por supuesto, el episodio me dejo un mal sabor de boca y aunque en general “trate de ser responsable”, la verdad es que aprendí a las malas a no dejarme llevar por mis estímulos irracionales al compartir información de cuya veracidad no estaba 100% seguro.
Un gran poder conlleva una gran responsabilidad
Esto me llevó a plantearme con más seriedad el tema y a definir a nivel personal una regla de oro: no compartir información de la que no este plenamente seguro (es decir, información que pueda ser verificable) y segundo, a compartir principalmente contenido que haya sido generado por mí.
“Hoy hemos aprendido en la agonía de la guerra que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Ya no podemos escapar de las consecuencias de la agresión alemana y japonesa del mismo modo que podríamos evitar las consecuencias de los ataques de los corsarios berberiscos un siglo y medio antes. Nosotros, como estadounidenses, no elegimos negar nuestra responsabilidad.»
Fue el 11 de abril de 1945 cuando Franklin D. Roosevelt se dirigió al pueblo norteamericano con el anterior discurso, que pasó a la historia por tratarse de su último mensaje antes de morir.
En el contexto de la actualidad, también podemos regresar a parte de este discurso y decir en relación con WhatsApp que un gran poder (la capacidad de difundir información a muchas personas) conlleva una gran responsabilidad (porque podemos construir y aportar valor o dañar y causar confusión).
Que esta plataforma nos permita difundir mensajes a diestra y siniestra no significa que sea correcto hacerlo.
Deja de difundir las cadenas de mensajes que recibes por el bien de tu reputación
Por el bien de nuestra propia reputación, evitemos ceder al impulso de compartir mensajes y videos de los que no estemos seguros de su veracidad y procedencia. Ya sea el mensaje del médico italiano/español que pide quedarnos en casa, como del video de Putin diciendo que el ataque del 11S fue un invento gringo, o el texto que describe que Cuba ya tiene la cura del COVID-19 o que el virus se puede tratar con cocaína y limón.
Puede ser que parte de alguno de estos mensajes sea cierto, pero solo en una pequeña parte y esto ya le quita legitimidad al contenido.
¿Le darías un vaso de agua 99% pura a tus hijos, con solo un 1% de toxinas? Seguro que no. Es el mismo criterio que debes seguir con los mensajes en WhatsApp.
En WhatsApp nos llegan alertas de contenidos que parecen mensajes serios, reales y que “deberías compartirlos por si acaso”. La mayor parte de las veces las fake news son mensajes con una parte de verdad acompañadas de contextos falsos o manipulados. Textos, audios o videos extraídos de su publicación original para dar mensajes que lo único que generan es ruido, zozobra, pánico y dolor.
De acuerdo con el Latinobarómetro 2017, en Latinoamérica 79% de las personas se identifican como cristianos (60% católicos y 19% protestantes). En esta identidad religiosa se enseña que la mentira es un pecado capital.
Con el volumen de fake news que circulan en la región, mis cálculos me dicen que la mayoría de estos “creyentes” ya se perdieron el cielo, porque una buena parte de los mensajes que están difundiendo en sus redes sociales y WhatsApp son falsos. Recordemos que la esencia de las noticias falsas es la mentira.
Así que no caigamos en la trampa, dejemos de compartir el contenido que nos llega a WhatsApp “por si acaso”. De paso, puede ser que hasta recuperemos el derecho a un día, poder llegar al paraíso celestial.
Jose es Director Ejecutivo de iLifebelt, una consultora especializada en reputación, analítica y transformación digital.