Columna publicada originalmente en Forbes Centroamérica.
Cansado después de una sesión de ejercicio el miércoles en la noche, decidí caer en el sofá y ver mi móvil. Luego de leer un par de tweets encontré una publicación donde un amigo invitaba a participar de una sesión que se estaba llevando a cabo en ClubHouse, la nueva red social que causó furor a inicios de año.
Por curiosidad decidí seguir el enlace. Además, este amigo era quien me había invitado a dicha red social y no había tenido la oportunidad de utilizarla, así que era el momento adecuado.
Me encontré en una sala con unas 100 personas donde se discutía la pregunta: ¿Si no estoy en redes sociales dejo de ser relevante?
Dentro de los participantes destacaba la presencia de Arturo Elías Ayub, a quien en ese momento no conocía y que luego de un par de búsquedas en Google descubrí que se trataba de un prominente empresario mexicano con más de un millón de seguidores en Twitter.
Más allá del hecho de que muchos de los participantes estaban en la sala porque allí se encontraba Arturo, para mí fue un interesante ejercicio escuchar a personas de todas las latitudes y acentos, expresar sus ideas en relación con la pregunta planteada.
La postura de la mayor parte de los participantes coincidía en que tener redes sociales no nos hace más relevantes y que nuestro valor como personas no puede estar supeditado a la presencia que tengamos en estos canales.
Tanta coincidencia en las opiniones me hizo recordar que la capacidad de autoengaño de las personas no tiene límites.
Mientras que todo esto ocurría, no podía evitar que por mi mente pasara una escena de “el club de la lucha” viendo los rostros de Edward Norton y Brad Pitt.
Lo que quería era recordar al autor del libro que inspiró la película. Finalmente lo logré, el nombre que necesitaba era el de Chuck Palahniuk.
¿Por qué pensaba en Palahniuk? porque este escritor ha explicado a través de sus novelas (y con mucha crudeza para mantener el efecto de que son ficción) la realidad sobre nuestra relevancia individual en la era de la información.
Indudablemente para nuestro círculo más íntimo, las redes sociales no son relevantes (aunque siempre habrá excepciones).
Con nuestra pareja, padres, hijos o amigos, tener un sólido perfil en redes sociales no nos hará más o menos importantes. Acá no me refiero solamente al tema de seguidores, sino a la identidad que proyectamos online.
Sin embargo, los seres humanos somos comunitarios y nuestro círculo íntimo es uno más, dentro de los distintos espacios a los que pertenecemos. Está el ámbito profesional, el ámbito del ocio, el ámbito del aprendizaje, el ámbito de los hobbies e intereses personales, el ámbito espiritual, etc.
Y en el circulo profesional los perfiles en redes sociales se han convertido en la medida de valoración de nuestra identidad. 81% de las compañías consultan las redes sociales de los candidatos antes de contratarlos.
El dato fue publicado en el Informe Talento Conectado elaborado en 2019 por la consultora EY. Si queremos irnos de viaje a Estados Unidos (experimentando la nueva tendencia del denominado turismo de vacunación) y no tenemos visa, uno de los requisitos que nos solicitarán en los formularios, son nuestros perfiles de redes sociales.
No es agradable reconocerlo, pero tal y como Palahniuk lo expresa en sus distintos libros, “estamos ante un mundo tan poblado que no habrá oportunidades para todos.”
¿Queremos alcanzar las oportunidades y destacar del montón? Sin duda Twitter, LinkedIn o Facebook nos pueden ser de utilidad. Ganaremos en relevancia para nuestra marca personal, pero perderemos en privacidad.
¿Queremos ser radicales y no tener presencia en estos canales? También es una buena hoja de ruta. Evitaremos ser víctimas del síndrome del FOMO (Fear of missing out) y ya no tendremos que lidiar con las molestas etiquetas en fotografías donde no nos sintamos a gusto.
En 40 o 50 años es probable que nuestros nietos nos conocerán a través de la identidad digital que estamos construyendo el día de hoy en Facebook, Twitter o Tiktok.
Si sabiamente decidimos no tener perfiles digitales, estaremos ejerciendo con plenitud, nuestro derecho al olvido.
Dependiendo de nuestras prioridades, cualquiera de los dos caminos es correcto. Lo cierto es que las redes sociales, tal y como funcionan en la actualidad, son un mal necesario y forman parte de nuestra cotidianidad.